La suave brisa marina jugaba con su cabello, acariciándolo delicadamente, mientras la silueta permanecía inmóvil frente al inmenso y majestuoso horizonte. Los últimos rayos del sol comenzaban a hundirse lentamente en el vasto océano, pintando el cielo con una rica paleta de tonos dorados, naranjas y1 matices rosados que parecían bailar sobre las aguas. Sus pies descalzos se hundían ligeramente en la arena húmeda, que ofrecía una textura fresca y parecía susurrar antiguas historias del eterno vaivén de las olas, relatos cargados de misterio y serenidad. A lo lejos, el sonido constante y rítmico del mar se mezclaba con el canto ocasional y melancólico de una gaviota solitaria, componiendo una melodía natural que envolvía todo el momento con una calma indescriptible. La figura, apenas visible y delicadamente delineada por la luz tenue del atardecer, contemplaba el infinito con una intensidad tranquila, como si buscara respuestas ocultas entre los vastos dominios del cielo y el agua. Era un instante puro de paz, un encuentro profundo y único entre la soledad y la inmensidad del universo, donde el tiempo parecía detenerse y el alma podía respirar libremente.


















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